domingo, 2 de diciembre de 2018

LA REBELIÓN DEL CENTRO POLÍTICO




Cuando un determinado actor político se autodenomina de “centro”, automáticamente es visto desde los extremos como un pusilánime, un “blando” o como alguien que no tiene claridad ideológica. Y sin embargo, ser de centro no significa tal cosa. Ser de centro significa apelar a la razón antes que a las pasiones; es ser tolerante con aquellos que expresan ideas o pensamientos  que se contraponen a los propios; es defender el derecho de los diferentes a ser diferentes porque se tiene conciencia de que una sociedad basada en el pensamiento único solo es posible entre autómatas programados para tal fin, mas no entre humanos…

En el discurso extremista a los centristas también se les cataloga de colaboradores del otro extremo, porque para un extremista es difícil entender una posición distinta a la suya propia. Para ellos cualquiera que no se ubique en su lado de la acera tiene que ser, a juro y porque sí, un agente del extremo contrario. Como vemos, estos sectores son incapaces de aceptar matices.  La realidad es, pues, dicotómica, una lucha permanente entre buenos contra malos, blancos contra negros, chavistas contra opositores, apátridas contra patriotas, puros contra impuros y pare usted de contar.

Los extremos comienzan siempre siendo minorías y, en sociedades en las que la razón prevalece, es muy poco probable que terminen ganándose la simpatía de las grandes mayorías. Sin embargo, en sociedades polarizadas el discurso que más ruido suele hacer -a pesar de no calar en los sectores mayoritarios- es el discurso de los extremos. Esto sucede, entre otras cosas, porque el centro político suele ser incapaz de generar un contra-discurso que desmonte la épica construida al margen de la razón. Y es así porque en el afán de ser tolerantes, los centristas terminan tolerando aquello que es intolerable, en palabras de Popper,  la intolerancia misma. De esta forma, se crea el caldo de cultivo perfecto para enterrar la razón y se deja en libertad al reptil que todos y cada uno de nosotros llevamos en nuestro ADN. 
  
En la Venezuela polarizada de hoy existe una gran oportunidad para que en el centro político -en el que se ubica más del 40% de la población venezolana si nos dejamos llevar por las encuestas más conservadoras- se produzca una gran rebelión contra los extremos. Ya no se trataría entonces de un determinado partido político peleando espacios de poder, sino de un poderoso movimiento ciudadano en el que confluya la más variopinta expresión de la sociedad venezolana y de donde nazca un liderazgo que no se someta al chantaje de aquellos a quienes les conviene mantener a la familia venezolana dividida contra sí misma.

La política solo es posible entre seres racionales capaces de calcular los efectos que sus acciones ejercen sobre terceros. Los militantes del extremismo le dan la espalda a la política porque desdeñan de la razón y se entregan a las más bajas pasiones. No creen en el consenso y por ello su accionar siempre va dirigido a imponer sus propias concepciones a todo el universo. El expansionismo del Tercer Reich no difiere mucho de la idea comunista de exportar –a sangre y fuego de ser necesario–  la revolución.

Oposición y chavismo en Venezuela también cuentan con sus “Hitler” y sus “Stalin”, a los que hay que enfrentar unidos si queremos construir un mejor futuro para todos. No podemos permitir que los extremos se impongan si realmente creemos en la democracia. Es, pues, la rebelión de la razón lo que lleva al chavista de a pie a darse cuenta de que el modelo que le venden por televisión no es viable, que es mentira que los gringos son culpables de la crisis y que no es cierto que no haya comida ni medicinas por culpa de la guerra económica. La rebelión de la razón, es decir, del centro, también  lleva al opositor a darse cuenta que cambiar una tiranía por otra no tiene pies ni cabeza, que la lucha es por la libertad y que la libertad debe ser para todos. Como vemos es la razón lo que nos une en el centro y por ello es hora de encontrarnos para rebelarnos frente a la barbarie del extremismo. 

miércoles, 28 de noviembre de 2018

El voto como mecanismo de lucha

Por. Lauren Caballero

Para algunos resulta contradictorio que se siga insistiendo en la necesidad de votar en un momento donde es evidente que nos enfrentamos a un gobierno que no es democrático. Suena más descabellado aún, puesto que ayer el TSJ al servicio del gobierno, sentenció que la victoria electoral de las fuerzas democráticas en la Universidad de Carabobo, queda sin efecto, a la vez que promovían a la candidata del PSUV como ganadora.

Pues bien, quisiera explicar brevemente por qué esta situación hace del voto un mecanismo de lucha primordial.

En primera instancia es preciso señalar que el voto, bajo regímenes autoritarios, no tiene la misma lógica que en una democracia. Lo que el voto persigue en un escenario como el que vive nuestro país hoy, es fracturar al bloque de poder hegemoníco, es decir, el voto es un elemento que puede ser eficaz (como lo ha demostrado la evidencia empírica) para catalizar un proceso de transición hacia la democracia, que no un simple cambio de gobierno. Una votación masiva contra la tiranía obliga al gobierno a tomar decisiones que incrementan sus costos de permanencia. Por ejemplo, si no son capaces de evitar que la gente participe en la elección y los resultados arrojados por el conteo de votos son adversos, seguramente tendrán que decidir entre negociar su salida o hacer fraude para permanecer en el poder. Si acceden a la primera opción, en ese momento empieza la transición, pero si deciden, como es probable, hacer fraude y alterar el resultado, sus costos de permanencia se elevarían y esto podría llevar a que los actores que sustentan al bloque hegemoníco (Fuerza Armada, agentes del régimen de alto nivel etc) retiren su apoyo a los cabecillas de la tiranía y negocien una salida por separado con las fuerzas democráticas, y allí comenzaría otro tipo de proceso transicional.

El caso de la Universidad de Carabobo es aleccionador por varios motivos: primero, porque permitió demostrar, una vez más, que la oposición es una mayoría significativa. Segundo, porque se demostró también que, aún bajo circunstancias de violencia y enfrentándo a malandros armados bajo la protección del poder gubernamental, es posible derrotar, mediante el voto y la organización ciudadana, a la tiranía. En tercer lugar, porque la derrota electoral obligó al régimen a elevar sus costos de permanencia mediante una sentencia ilegal de la sala electoral del tsj (en minúsculas). Hoy la UC es un foco de resistencia cuya representación estudiantil tiene legitimidad ante los ojos de todo el país democráticos y, probablemente, ante la Comunidad Internacional.

Imaginemos por un segundo que se da un escenario parecido al de la UC pero a nivel nacional y que la gente está organizada y dispuesta a defender su victoria ¿Qué cree usted que pasaría? ¿Por cuánto tiempo cree que podría la FA reprimir a todo un pueblo que exigiría sus derechos, probablemente, en las calles? ¿No cree usted que el cálculo racional llevaría a algunos generales a negociar una transición para salvar ellos mismos su pellejo? ¿Cuántos de los que hoy apoyan a Maduro y su pandilla seguirían haciéndolo a sabiendas de que fueron derrotados electoralmente?

Es cierto que para generar estos escenarios hace falta organización y claridad en los objetivos que se persiguen. Los ciudadanos deben tener conciencia de cómo se llevaría a cabo el proceso para que las negociaciones no puedan ser usadas por sectores maximalistas de la misma oposición como una acusación de traición hacia los negociadores. Y, más importante aún, gente debe estar dispuesta a luchar en bloque por la restitución de la democracia y la vuelta a la libertad, sus derechos más preciados.

Las elecciones de diciembre, si bien carentes del aura transicional de una elección presidencial, son una buena oportunidad para la organización popular y la generación de conciencia en torno al poder del voto en circunstancias como la actual. Queda en manos del liderazgo político lograr convencer y motivar a los ciudadanos para que se unan a esta difícil tarea de luchar unidos para salvarnos como nación.